lunes, 15 de junio de 2015

JUAN SANTOS ATAHUALPA. Prócer de la Independencia del Perú

Juan Santos Atahualpa (¿Cuzco, 1710? -?) fue el dirigente quechua de una importante rebelión indígena que estalló en 1742, cuyo propósito era restaurar el Imperio de los incas y expulsar a los españoles. 

Al frente de las tribus selváticas, logró controlar un extenso territorio de la selva central del Virreinato del Perú, amagando la sierra central. Si bien la rebelión no llegó a extenderse más allá de esos límites, tampoco pudo ser sometida por la autoridad virreinal. 

Juan Santos desapareció misteriosamente hacia el año 1756, desconociéndose la fecha y las circunstancias de su fallecimiento.

Lo poco que se sabe de la vida de este caudillo mestizo antes del año 1742 nos lo han transmitido los religiosos que se entrevistaron con él y que recogieron algunos datos de su boca, por lo demás dudosos. 


Juan Santos afirmaba ser un descendiente de los incas nacido en el Cuzco y criado por los jesuitas. Demostraba tener una gran cultura, pues dominaba el castellano y latín, además del quechua y otros idiomas nativos. También afirmaba que uno de sus maestros jesuitas, al comprobar sus aptitudes intelectuales, lo llevó consigo a Europa y África.

Regresó al Perú, que lo recorrió del Cuzco a Cajamarca. Hacia 1740 se ofreció como ayudante de los misioneros franciscanos de la región de Chanchamayo, en la selva central. Estas misiones habían facilitado la llegada de los españoles interesados en explotar la sal proveniente de un cerro aledaño (Cerro de la Sal), quienes empezaron a usar como mano de obra a los nativos asháninkas, lo que conllevó a una serie de abusos. 

La idea de la rebelión surgió entonces en Juan Santos, al comprobar la desalmada dominación española que ejercían con total impunidad. Se propuso restaurar el trono de sus antepasados y dar la libertad a los indios.

Al momento de estallar la rebelión, Juan Santos contaba de 30 a 40 años de edad. Vestía una cushma o camisón típico de los indios selváticos y llevaba siempre colgada en el pecho una cruz de madera de chonta con cantoneras de plata. Mascaba abundante hoja de coca, a la que denominaba “hierba de Dios”. Sus rasgos eran de mestizo. Uno de los frailes franciscanos que lo visitó lo describió como de estatura alta y de piel tostada, añadiendo: “tiene algún vello en los brazos, tiene muy poco bozo, luce bien rapado… es de buena cara; color pálido amestizado; pelo cortado por la frente a hasta las cejas, y lo demás desde la quijada alrededor coleteado”, es decir, recogido en una coleta, según la moda occidental del siglo XVIII.

La rebelión
El movimiento libertario estalló en junio de 1742. Juan Santos se hizo proclamar Apu Inca, aduciendo ser descendiente de Atahualpa. Confiaba en el apoyo de los indios de todo el territorio peruano; llegó incluso a afirmar que estaba relacionado con los ingleses y que una flota británica apoyaría por mar su rebelión. 

Su meta era restaurar el Imperio inca y expulsar a los españoles y a sus esclavos negros, para inaugurar un nuevo régimen de prosperidad, aunque aseguró que la religión de todos seguiría siendo la católica romana. Sin embargo, incitó a los indios a que se rebelaran contra los trabajos que les imponían los misioneros católicos y exigió la ordenación de sacerdotes indígenas. Su plan era ganar primero la selva, luego la sierra y finalmente la costa. Por último, se coronaría Inca en Lima.

Juan Santos llegó a contar con más de 2.000 hombres, con los cuales logró controlar la selva central, territorio que, por lo demás, no se hallaba eficazmente regulado por el poder virreinal.

El virrey Villagarcía no pudo derrotarlo. Desde 1745, el virrey Superunda, envió tropas, pero estas también fracasaron. Santos Atahualpa organizó un gobierno en el territorio liberado y en 1752 avanzó rumbo a Jauja; pero, alertado de la cercanía de nuevas tropas coloniales se replegó hacia el Gran Pajonal.

El caudillo se mantuvo a la defensiva mientras alistaba una nueva incursión a la sierra central. Pero en 1756 los españoles llegaron hasta Quimiri sin recibir ataques de los nativos. Esto les hizo suponer que Juan Santos Atahualpa ya había muerto. En los años siguientes los frailes franciscanos recogieron la versión que señala que “lo habían muerto los suyos”, y que su cuerpo desapareció “echando humos”.

Sea como fuera, lo cierto es que el accionar de Juan Santos tuvo un dilatado efecto en la región, pues colonos y misioneros no volverían a ingresar a la selva central peruana hasta ya conformada la República del Perú.

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